viernes, 29 de diciembre de 2006

LUZ EN EL ROSTRO

Mi actitud cuando voy a las sesiones de fotodepilación son bien distintas a las del personaje de estas tiras. Esto es más o menos lo que me gustaría soltar cuando noto el latigazo del disparo, sobretodo en los labios, concretamente el superior. Las lágrimas se saltan bajo las gafas protectoras y cuando te las quitas, aparte de la marca que te queda en la frente durante unos minutos, fruto de la succión, regueros de agua y sal se ven libres y recorren las mejillas. Y a diferencia del personaje, yo paso toda la sesión aguantando con algún que otro leve quejido, deseando que termine.

La primera sesión que me di fue todo un acontecimiento para mí. De hecho estaba de los nervios, tanto que una de mis mejores amigas se ofreció a acompañarme, convirtiendo el tiempo en la sala de espera en una sesión de arte digital (una larga historia…). El motivo de mis nervios fue que ese paso era el segundo que daba en mi recién aceptada condición de transexual. Durante muchos años, la vergüenza que sentía me hizo esconderme tras algo que aborrecía: la barba. Ya era hora de eliminar ese biombo de vello, para siempre.

Aún me quedan muchas sesiones para terminar del todo con el vello facial, el cual me limita muchísimo, física y psicológicamente, así que por cada sesión, a pesar del dolor, salgo de allí contenta y esperanzada de que esa sombra desaparezca dando paso a la luz de mi rostro.

1 comentario:

  1. ¡Ánimo! Las sesiones son algo dolorosas pero merecen la pena, ya verás.

    Supongo que te habrán hablado de una crema que duerme un pelín la zona y hace el dolor ligeramente soportable, Emla (o algo así), a mí me funciona.

    ¡Suerte!

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